Soñé otro mundo

3ª Parte

…Lo primero que hago es poner a salvo mi vestido. No quiero arruinarlo después de todo lo que me ha costado conseguirlo. Es el vestido perfecto, mi color favorito, no permitiré que nada lo dañe, aunque sea una araña gigante.
Me quito el zapato izquierdo, trepo sobre la cama y me recuesto encima de toda la ropa sin hacer movimientos muy bruscos, levantando mis piernas y evitando que cualquier cosa caiga al suelo, tanto para que la araña no suba a la cama como para no asustarla y se vaya corriendo. Me da pánico verlas cuando huyen.
El arácnido está lo bastante cerca. Siento que me mira y empiezo a temblar, pero ya decidí no tenerle miedo así que sostengo firmemente la zapatilla y con la punta del tacón clavo un certero golpe en la cabeza del insecto. Entonces, casi al instante, veo como de manera muy graciosa las ocho extremidades se desprenden de su cuerpo y el bicho queda inmovilizado en el piso.
Me siento aliviada porque ya no podrá moverse pero sobre todo porque a pesar de sentir miedo, me atreví y la enfrenté. Ahora con toda mi típica calma, me pruebo el vestido, pero esta vez no hay espejos, no obstante sé que el atuendo me ajusta bien. No hay necesidad de verlo, puedo sentirlo.
Salgo del local y empiezo a caminar. Se hace tarde o se hace temprano, no tengo idea de la hora.
Avanzo algunas cuadras. Las calles están completamente vacías y tan desoladas que lo único que se escucha es el golpe de los tacones contra el concreto.
Unas calles más adelante empiezo a oír una tonada agradable. Un ritmo bastante sabroso al que mis hombros no pueden resistirse y mis manos comienzan a acompañar el movimiento. Luces y destellos se aprecian a la vuelta de la esquina. Siento un deseo incontrolable de bailar.
No sé cómo pero en un instante me encuentro dentro de un salón. De nuevo un lugar conocido. Sé que ya estuve ahí. Grandes paredes de cristal, un pasillo con paredes de espejos, una alfombra impecable, muy fina. Afuera se aprecia un destello azul. Acercó mi rostro al cristal para evitar el reflejo y así poder ver el exterior. El resplandor proviene de la piscina pero ahora está vacía y tan sólo se aprecian las baldosas celestes que recubren el fondo de la pileta. Mientras adentro hay mesas, flores, mucha gente y mucho ruido.
Sorprendida de reconocer el lugar, atravieso la pista para dirigirme a una mesa desocupada. Camino despacio pues aprovecho los ritmos para moverme un poco. Uno, dos giros. Disfruto la música, sonrío y llego al otro extremo.
Tan pronto me siento, se acercan otras personas que no reconozco pero que me da gusto saber que están ahí.
-Casi te lo pierdes. Me dice una delicada voz masculina.
-¿Qué te pasó? Creímos que no llegarías a tiempo. Menciona una chica joven de voz amable.
Sin responder a nadie -pues estoy segura que no entenderían-, simplemente me encojo de hombros, ladeo mi cabeza y me limito a sonreírles y a compartir con ellos el momento. Mis dedos bailotean en la mesa. Mis pies ocultos bajo la mesa marcan uno a uno los pasos. ¿En dónde estará?, pienso, entonces giro mi torso y veo tu silueta acercarse. No te reconozco, luces distinto pero distingo tu mirada y tu sonrisa. Te sonrío.
Das unos pasos más al ritmo de la música. Te ves gracioso. Te detienes al pie de la silla y extiendes tu mano esperando la mía.
-¿Quieres bailar?
Suspiro antes de responder...



Despierto.

Soñé otro mundo

2ª Parte

…No veo nada más que mi pálida y famélica figura enfundada en los inseparables jeans. No hay tal vestido. Siento su peso en mis manos, acaricio el fino bordado, la suavidad de la tela. Pero no se refleja nada. Sólo yo.
Me invade una mezcla de alivio y tristeza.
Cuelgo el vestido en el rack y localizo al modisto para explicarle lo que busco. Lo veo entrar por una puerta detrás de un espejo. Espero. Ahora empiezo a sentirme desesperada porque mi viejo conocido no aparece y sigo sin poder recordar su nombre. Me apena no poder llamarlo así que decido ir a buscarlo detrás de ese espejo-puerta.
Cruzo el umbral de cristal y me encuentro en un patio al aire libre. Es una especie de terraza que justo en medio tiene una gran piscina cuadrada iluminada con faroles azules que contrastan en la serena obscuridad de la noche. No hay nubes, todo está pintado en tono índigo y el agua de la piscina se ve tan limpia y fresca que no resisto las ganas de tocarla, además para cruzar esa terraza no hay otro camino que a través de la alberca así que de cualquier manera tengo que meterme.
Poco a poco me voy sumergiendo, me causa algo de extrañeza tener que atravesar por ahí pero no siento temor o desconfianza, más bien me agrada la sensación, disfruto estar ahí dentro y sentir el agua fría refrescándome. Empiezo a nadar hacia el otro extremo y antes de llegar decido dar una vuelta más.
Cuando termino el recorrido dentro del agua, salgo de la piscina y veo a muchos conocidos conviviendo, platicando, otros más arrojándose a la alberca. Ahí es donde apareces, a lo lejos, sentado sobre un camastro, con tu cuerpo hacia adelante, apoyando tu codo sobre tu rodilla derecha y tu mano sosteniendo tu cabeza. Estabas viéndome nadar. Estás callado pero no serio, tu rostro tiene una leve sonrisa. Quisiera saber qué piensas.
Me acerco a ti sonriendo y tú no dices nada, solo te levantas para acompañarme y caminamos hacia las jardineras que están al borde de la terraza; cerca de ahí hay una puerta, la abres y me dejas pasar primero.
-Aquí es donde tienes que buscar. Pero apúrate que ya te queda poco tiempo- me dices antes de que cruce por la puerta y colocas la palma de tu mano en mi espalda, como para adelantarme en el camino.
Ahora estoy en una habitación más pequeña, modesta, sencilla pero sin perder la belleza del salón anterior, todo está tan ordenado que es muy fácil encontrar cualquier cosa. La iluminación es tan precisa, todo tiene un halo azul tenue, tan suave, tan pacífico. Tú ya no estás y de nuevo veo más vestidos, telas y bordados.
Justo en medio de la estancia hay una mesa con telas de diversos colores y encima de todos esos lienzos veo el tono que necesito. Lo tomo con la efusividad de quien encuentra la pieza adecuada de un rompecabezas y recorro el lugar buscando a alguien que pueda atenderme.
De repente aparece una joven muy amable –sé que es joven y amable por el trato y el modo en que se dirige hacia mí, sin embargo en ningún momento logro ver su rostro, solamente escucho su voz.
-Es un color hermoso y te sienta muy bien.
-Es mi favorito.
Respondo.
-Mira, tengo éste, creo que es de tu talla, nos acaba de llegar. Dice al tiempo que me muestra el modelo.
Es exactamente igual al de la foto que tengo en mi cajón.
Sin pensarlo dos veces le pregunto dónde me lo puedo probar y ella me lleva al vestidor que está detrás de una cortina de tela translúcida. Por fuera parece un pequeño cubículo, pero adentro es bastante amplio. Tiene una cama vestida con edredones blancos y mucha ropa revuelta sobre ésta.
Coloco el vestido con cuidado de no arrugarlo y estoy a punto de empezar a desvestirme cuando observo que por debajo de la cortina hay una enorme araña con largas patas, tiene un aspecto de tarántula. Sin acercarme demasiado la observo bien y deduzco que no lo es, pero aun así es muy grande.  
Lentamente entra en la habitación, creo que sabe que estoy ahí. La veo frente a mí y por un instante me paralizo. Estoy entrando en pánico. Me siento sofocada, pero creo que es momento de enfrentarme a ella. Tan sólo es una araña. Una enorme y horrible araña…

Soñé otro mundo

1a. Parte

Caminando a pasos apresurados, las piernas no alcanzan a terminar una zancada y ya viene la otra. Pasos apretados, casi de puntillas evitando hacer ruido con los tacones. Es tarde y pueden despertarse.
El cielo está despejado, hay pocas nubes y aunque ya está muy entrada la noche, la única estrella visible ilumina largos senderos con una luz tan intensa que se asemeja a un reflector que me sigue durante todo el trayecto.
Por momentos me siento en otro lugar. No parece ser la misma cálida tierra porque esta vez se percibe una brisa similar a la que queda después de la lluvia. La atmósfera es tan pasiva como un centro comercial de madrugada.
Las calles habituales ahora tienen una dirección diferente, lugares normalmente conocidos están distintos, otros colores, otras dimensiones, pero sé que son los mismos y aún así pongo atención para ir reconociéndolos poco a poco.
Justo en el momento que noto dónde estoy, me pregunto, apoyándome sobre una pared, con una mano en el pecho y con los ojos cerrados como si sintiera un tremendo alivio -¿por qué en los sueños nunca nada se ve tal como es?-, y sin conseguir respuesta alzo la cabeza, dirigiendo mi vista al frente y ahí encuentro el sitio que tanto anduve buscando.
Allí dentro hay un pasillo con paredes de espejos que me hace recordar a las atracciones de las ferias pero la alfombra se ve impecable, de poco uso y muy fina, diría que es nueva. Mientras avanzo, me proyecto e imagino que estoy en una pasarela pero con maniquíes en lugar de público. Así me siento más segura.
Lo único presente son esas enormes prendas que no permiten ver mi reflejo y eso me preocupa.
No hay más color que el blanco con destellos plateados. Hasta que al fondo se divisa una gran puerta. Cristal y más tonos metálicos. Esto es puro lujo y modernidad.
No es para mí –pienso, cuando escucho mi nombre y veo una delicada silueta masculina. De nuevo esa sensación de lo extrañamente familiar. Sé quién eres, ubico el lugar donde nos conocimos pero tu nombre se ha borrado de mi registro; sin embargo me llena una emoción de las que se sienten cuando se vuelve a ver a los ex compañeros de generación. Aunque lo curioso es que seas tú. Nunca en realidad fuimos “íntimos amigos”.
Como todo un profesional me muestras con destreza los atuendos que exhibes sobre las macilentas figuras. Llenas la habitación con vestuarios increíblemente bellos, de esos que son dignos de una historia rosa, llena de miel; una comedia romántica al puro estilo Hollywood.
Me fascinan, me iluminan la sonrisa y sacian mis ojos con tanta exquisitez. Se ven tan puros, tan… románticos.
El modisto feliz insiste en que entre al vestidor con tres o cuatro atuendos y jura que para uno de esos seré la elegida, -porque es el vestido quien elige a la dueña y no al revés- dice muy convencido.
–Ponte éste. Me dice, sosteniendo un modelo que parece haber sido creado por madrinas voladoras para las princesas inmaculadas de los cuentos de hadas.
No me atrevo ni siquiera a tomarlo entre mis manos. De nuevo pienso, “no es para mí”, además no es lo que busco, no es lo que necesito para esta ocasión. Quizás después vuelva, quizás más tarde lo busque con ansias. Pero ahora, por ahora, no.
–No tengas miedo, cuando te veas al espejo te va a encantar.
El espejo, el prolongado espejo donde no he visto mi reflejo desde que entré por ese pasillo. Hay tantas telas, bordados y crinolinas que me sobrepasan, me abruman. –No es lo mío… y ya tengo en lo alto la percha para apreciar el modelo en su totalidad.
Giro lentamente mientras lo sobrepongo a la altura de mi cuerpo. Me detengo frente al espejo, alzo mi vista, busco mi imagen. Me veo.

Como cambian los días

Todo parecía tan común, tan rutinario. El ánimo lento alargaba las horas. Sobran las ganas y mis ganas están listas para no estar aquí.

La lectura vuelve los ojos pesados, el internet perdió el brillo y mientras en la tv batallan por crear las mejores delicias, aquí sólo se necesita un kilo de aburrimiento, una cucharada de hartazgo y dos gramos de desidia para lograr la mezcla perfecta que nos arroje a un viaje sin destino. Sin embargo, modificar los planes a última hora es algo que me molesta sobremanera. Aún debo aprender a improvisar.

La necesidad de aire puro, una mente sin receso, la urgencia de darle al día un giro que le cambie el sabor de pan integral, a algo más parecido a helado de chamoy; todo contribuye para buscar un camino que acabe con las tentaciones, un trayecto que aniquile la curiosidad y que destruya el fastidio.

Después de meditarlo dos veces, me despego del colchón, dejo el libro sobre la repisa y apago la tele dispuesta a no quedarme más entre esas cuatro paredes moradas. Abro y cierro el closet. Abro y cierro el closet. Abro... y rebusco. ¡No tengo nada que ponerme! Entonces me pongo lo mismo de siempre. Un poco informal, moderadamente atractivo y extremadamente cómodo.

Te llamé, no estabas. Entonces dispuse para mí lo que quedaba de aquella tarde. Después eras tú quien me buscaba. A fin de cuentas terminamos juntos.

Es sorprendente como un pequeño momento puede cambiar el día, borrar el bostezo y dibujar una sonrisa. Es curioso lo que se puede descubrir sobre uno mismo con tan sólo un poco de suerte. Que divertido finaliza todo cuando un suceso inesperado y una decisión desesperada dejan grabado en la mente un día que parecía ser invisible.

Los planes nunca salen como esperamos, pero siempre terminan mejor de lo que pensábamos.