Una vez más

Bueno, pero es que tú no aprendes, ¿verdad? Apenas te dan una idea y en seguida andas construyendo castillos en el aire. Haciéndote ilusiones e imaginando el incierto futuro que nunca llega como lo esperas.

¡Vaya necedad la tuya de querer programarlo todo! Planear y organizar, meter todo en tu agenda mental, como si la vida fuese metódica. No te has dado cuenta que aquí la única metódica eres tú. Nada ni nadie más que tú.

No es la primera vez que te pasa y aún así sigues haciendo planes. Y bien sabes que sucede en cualquier situación. Te ha pasado con una sencilla cita para el café, la tarde de cine, la famosa ladies’ night y hasta el viaje más esperado.

¡Pero es que te encanta adivinar el futuro! No, espera. Ni siquiera lo adivinas, si tú de adivina no tienes ni el atuendo. Más bien lo que te gusta es imaginar. ¡Sí, eso es! Tienes demasiada imaginación, querida.

Como te dije, en cuanto oyes algo que podría suceder, tú emprendes el vuelo. Y ahí andas, soñando que llegue la fecha pactada. Y estás visualizándote en el sitio elegido una y otra vez con la compañía prometida. Ves los posibles lugares, imaginas a la gente alrededor, te percibes realizando alguna actividad. Vaya, hasta supones los temas de conversación e incluso vislumbras la ropa que tendrás puesta.

Apartas la fecha como si fuese el último día de tu vida. Evitas o rechazas cualquier otro acontecimiento que se cruce con tu día especial. Terminas tus pendientes y procuras tener todo listo para cuando el plazo se acerque y que nada pueda obstaculizar el evento. En serio que sólo te falta venerar el calendario con devoción religiosa. Tal vez si le encendieras una veladora al reloj…

No estoy equivocada, ¿verdad? Sabes que es cierto. Esa sonrisita te delata. No lo digo por molestar, tampoco es una burla. Sabes que disfruto la emoción que sientes por algún suceso especial, porque sé que lo esperas ansiosa, que mueres de ganas por disfrutarlo al máximo. Por eso lo imaginas tanto.

Te ilusionas demasiado. Y es igual con todo.


Pero luego resulta que lo que fantaseabas no ocurre. A última hora cambia. Se cancela. ¿Y tú? Te quedas con las esperanzas rotas, el ánimo caído y la desilusión desbordada. Piensas en las veces que ha pasado lo mismo y cuestionas miles de ‘por qué’, dices ‘debí suponer que pasaría esto’, ‘otra vez lo mismo’; luego haces como si realmente no te importara tanto y te dedicas a hacer algo más. Sin embargo -y no me lo vas a negar-, por dentro estás triste de que nuevamente te quedaste vestida y alborotada.

¡Vamos, ya mujer! Si tienes ganas de llorar, hazlo. No tiene nada de malo, es mejor que tragarte el sentimiento. Ya sabes que después el estómago te lo cobra caro. Sé que piensas que es una niñería, te sientes ridícula por tener ganas de llorar, crees que no es para tanto. ¡Pero es que estabas tan emocionada!, y aceptémoslo mi estimada, tú lloras por todo. Además, reconozco que esto sí era para tanto, ésta sí que era una ocasión muy especial. Cuando lo supe, hasta yo me emocioné.

Ya ves, todo parecía ser seguro, no había o al menos no parecía que pudiese haber obstáculo alguno, aunque una vez más compruebas que cuando todo marcha de maravilla siempre algo saldrá mal. A pesar de eso, no es culpa tuya, no quedó en tus manos y no hay más que tomarlo con humor, de nada te sirve enojarte. A fin de cuentas llegará la ocasión y sin tantos preliminares.

Estás más tranquila ahora. Se nota.

Anda pues, ya son las 4:30. Apaga la luz.