Amistad

Algo le punzaba el alma desde hacía unos días. Había un suceso detrás de ese dolor, algo que jamás creyó que podría ocurrir.
Y es que a veces –o muchas veces-, pensamos que por mantener una amistad con alguien, esa persona actuará igual que nosotros o compartirá nuestra forma de pensar.
Hanna creía tener amigas incondicionales, esas que están presentes en todo momento, a cualquier hora; se creía afortunada porque sentía que podía contar con aquella persona de la misma manera en que a ella la llamaba y la buscaba cada vez que tenía el alma y la autoestima golpeada.
Junto a Lana compartía tantas cosas y vivieron muchas experiencias que se contaban una a la otra. Había confianza, confidencia y complicidad.

Hasta que llegó una voz que lo cambió todo. Una voz que la alejó poco a poco, a base de ‘bien intencionados consejos’ sobre lo que debía hacer, con quién debía salir y cómo debía comportarse. La presencia la apartó, la absorbió; se adueñó de ella, como si fuese un simple títere fácil de manejar.
No todo fue obra suya. La inseguridad de Lana jugó un papel determinante. Su necesidad de protección y su miedo a la soledad completaron el cuadro.
Lana se fue con la mente llena de nuevas ideas y vagos argumentos, dejando crecer la distancia entre ella y su fiel confidente. Ya se sentía completa, no necesitaba más la compañía de Hanna, ahora todo lo que antes hacían juntas ahora Lana lo compartía con su voz. Su nuevo mundo.
En cierta ocasión, -de las últimas que tuvieron juntas-, Hanna escuchó un comentario de Lana mientras hablaba con la voz. “Ya no la necesito, contigo tengo todo”. Justo ahí empezó el dolor. Justo ahí Hanna descubrió que en la amistad también hay hipocresía. Se fue sin decir nada, con el dolor punzándole el alma. Lanzó una bendición a nombre de Lana y siguió su rumbo.

Algunos años más tarde, Lana perdió a su voz. Los detalles están de más, simplemente el mundo de Lana se derrumbó. Entonces, tomó el teléfono y marcó…

Rewind

Sin sacar cuentas, hace ya un tiempo que te llevo aquí dentro.

Aquí estás. Permaneces.

Hoy lo recordé, escuchando aquella canción que una vez salió de tus labios, como si el modo aleatorio del reproductor hubiera decidido transportarme al pasado. Y ahí estuve durante los escasos tres minutos y algo de lo que dura la melodía. Cuando volví, te busqué entre mis brazos, a mi lado...

Demás está decirlo. Continué lo que hacía. ¿Qué esperabas? Es fin de semana.

Sólo quería decirte que tengo mucho para ti, demasiado quizás.

Y, sinceramente, ya no sé donde guardarlo.

Cuento breve sobre ausencias

Había una vez un blog...

Pequeño, divertido, coqueto. Se alimentaba de letras que se cultivaban en los campos de la alegría o el dolor y su cosecha siempre era fructífera.
Sus días favoritos eran los fines de semana, cuando salía a pasear y regresaba lleno de momentos por contar, aunque en cada amanecer y anochecer encontraba fragmentos que agregarle a su crecimiento.
Pero después se quedó callado, cambió; se enredó entre rutinas y publicaciones fugaces, ahora está atrapado entre muros y tendencias populares que difícilmente le permiten superar los 140 caracteres de conversación.
Aún visita a sus vecinos pero hace mucho que no interactúa con ellos.
Necesita que el mundo se detenga por un rato para poder gritarle a la vida como solía hacerlo, pero para ello espera el momento de una gran cosecha, sabe ser paciente y dejar que las letras germinen y maduren a su propio ritmo.
Sabe que no envejecerá siempre que haya alguien dispuesto a visitarlo y se niega rotundamente a morir de olvido.

No encuentro título para esto

Que un perro me mordiera las manos se convirtió en un sueño muy recurrente. Siempre me dolía pero no gritaba aunque me quejaba con insistencia. Mis dedos sangraban y me veía tan desesperada hasta que llegaba el momento cuando ya no sentía más dolor. Otras tantas veces me enfrenté a fantasmas desconocidos. Sucesos extraños. Hablaba frases casi apocalípticas.

Creí que sólo eran alucinaciones sin sentido.

Entonces un día, entendí el significado de lo que veía. Abrí los ojos e intenté cerrar el corazón pero este necio desbaratado, se negaba a entender razones y seguía usando su pretexto favorito: el amor. Después pensé que quizás la venganza le daría tranquilidad, que si no podía exprimir de mi cuerpo hasta la última gota de dolor al menos podría hacerle sentir un poco de satisfacción.

Anhelaba ver el sufrimiento en otros ojos, tenía los medios adecuados, las armas infalibles, el deseo cegador. Se me ocurría provocar dolor, causar todo el daño posible, verte morir de tristeza; se me ocurría reírme en tu cara y disfrutar tu agonía. Se me antojaba no perdonarte jamás. En cada escenario que imaginaba se me ocurría que salía ganando. Creía que no tenía nada que perder, pues ya te había perdido.

Tenía esa idea loca dándome vueltas por la cabeza, noche y día. No lo puedo negar, nada de lo humano me es ajeno. Soñaba con venganzas pero despertaba con amarguras, me pesaban los hombros, me dolía el cuello y la espalda.

Viví y sentí cosas que jamás había experimentado.

Odié.

Tenía una batalla en mi interior. Un sí y un no disputándose mi cordura. Caminé con mis pies como piedras, hasta que enterré, borré, quemé, eliminé y me deshice de lo poco que tenía y lo mucho que cargaba. Traté de bloquear mis pensamientos con música y lectura, me perdí en viajes inesperados, medité. Lloré noches enteras. Hasta sentir que el odio se diluyó de mis ojos. Hasta sentir que el fuego de la venganza se extinguía.

Así entendí que nada resulta como uno lo imagina, que no hay venganza que cure heridas y que las heridas cierran, siempre que uno quiera. Que hay cosas que no comprendo pero ahora sé que suceden. Que amo sin condiciones. Que no soy mujer de maldiciones, ni rencores. Que deseo todo el bien para ti, pero sobre todo quiero lo mejor para mí. 

Aún me quedan muchas preguntas, pero es mejor no insitir en buscar respuestas.

Descubrí que no soy débil. Comprendí que el perdón es la mejor respuesta. Y que todavía creo en el amor.
Tal vez es tiempo de hacerle más caso a mi intuición o a mis sueños.

Tal vez debo dormir más y soñar menos.

Tal vez debo esperar menos o nada.

Tal vez tengo que aprender a fingir y aparentar que no me importa.

Tal vez soy muy egoísta.

Tal vez podría eliminar la diferencia entre un "te quiero" y un "te amo".

Es que a veces me resulta tan confuso entender mis pensamientos, que me es necesario comprobar que estoy equivocada, pero si no me equivoco entonces me quedo pasmada.

Y luego pasa que me salgo de mí. Y mi cuerpo va y viene y hace todo lo que la rutina le ha enseñado, pero yo no, simplemente no estoy.

Mi mente se queda en la cama y mi corazón, sólo me convierte en sobreviviente.

Y ha sido así desde el día que me fui. Desde aquel momento en que me marché, sin decir más nada, ni siquiera un adiós.

Simplemente caminé sin voltear la mirada y con los hombros pesados, hasta que lejos de su vista me detuve, me cubrí el rostro con las manos y por fin lloré.

Tal vez pronto cambiará. Sé que así será. Sólo basta sacudirme un poco más.

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