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Que un perro me mordiera las manos se convirtió en un sueño muy recurrente. Siempre me dolía pero no gritaba aunque me quejaba con insistencia. Mis dedos sangraban y me veía tan desesperada hasta que llegaba el momento cuando ya no sentía más dolor. Otras tantas veces me enfrenté a fantasmas desconocidos. Sucesos extraños. Hablaba frases casi apocalípticas.

Creí que sólo eran alucinaciones sin sentido.

Entonces un día, entendí el significado de lo que veía. Abrí los ojos e intenté cerrar el corazón pero este necio desbaratado, se negaba a entender razones y seguía usando su pretexto favorito: el amor. Después pensé que quizás la venganza le daría tranquilidad, que si no podía exprimir de mi cuerpo hasta la última gota de dolor al menos podría hacerle sentir un poco de satisfacción.

Anhelaba ver el sufrimiento en otros ojos, tenía los medios adecuados, las armas infalibles, el deseo cegador. Se me ocurría provocar dolor, causar todo el daño posible, verte morir de tristeza; se me ocurría reírme en tu cara y disfrutar tu agonía. Se me antojaba no perdonarte jamás. En cada escenario que imaginaba se me ocurría que salía ganando. Creía que no tenía nada que perder, pues ya te había perdido.

Tenía esa idea loca dándome vueltas por la cabeza, noche y día. No lo puedo negar, nada de lo humano me es ajeno. Soñaba con venganzas pero despertaba con amarguras, me pesaban los hombros, me dolía el cuello y la espalda.

Viví y sentí cosas que jamás había experimentado.

Odié.

Tenía una batalla en mi interior. Un sí y un no disputándose mi cordura. Caminé con mis pies como piedras, hasta que enterré, borré, quemé, eliminé y me deshice de lo poco que tenía y lo mucho que cargaba. Traté de bloquear mis pensamientos con música y lectura, me perdí en viajes inesperados, medité. Lloré noches enteras. Hasta sentir que el odio se diluyó de mis ojos. Hasta sentir que el fuego de la venganza se extinguía.

Así entendí que nada resulta como uno lo imagina, que no hay venganza que cure heridas y que las heridas cierran, siempre que uno quiera. Que hay cosas que no comprendo pero ahora sé que suceden. Que amo sin condiciones. Que no soy mujer de maldiciones, ni rencores. Que deseo todo el bien para ti, pero sobre todo quiero lo mejor para mí. 

Aún me quedan muchas preguntas, pero es mejor no insitir en buscar respuestas.

Descubrí que no soy débil. Comprendí que el perdón es la mejor respuesta. Y que todavía creo en el amor.